Persiguen a quien alza la voz, protegen a quien obedece: así se tuerce la justicia en México

Mientras se acosa a opositores como Alejandro Moreno, Morena cierra los ojos ante sus propios escándalos. El problema no es un dirigente: es el Estado de Derecho.
En un país donde la justicia debería ser imparcial, hoy vemos cómo se usa con colores, banderas y conveniencias. A los opositores se les persigue, a los aliados se les protege. Y en medio de ese desequilibrio está Alejandro Moreno, líder nacional del PRI, convertido en blanco de una estrategia para silenciar a quienes no temen enfrentar al régimen oficialista.
La embestida judicial contra Moreno no ocurre en un vacío. Coincide con su papel como uno de los principales críticos del gobierno, con sus señalamientos sobre los vínculos del poder con el crimen organizado, y con su impulso a una oposición que ha comenzado a ganar terreno. Eso molesta. Y ante ello, la justicia —que debería actuar con objetividad— se convierte en un instrumento para golpear y acallar.
Mientras tanto, Morena guarda silencio ante los abusos de sus propios funcionarios. Casos de corrupción, enriquecimiento ilícito, mal uso de recursos públicos, vínculos sospechosos con el crimen… nada de eso parece mover a las fiscalías cuando se trata de los suyos. Pero si un opositor levanta la voz, ahí sí se activan todos los mecanismos.
Lo que está en juego no es solo el nombre de Alejandro Moreno. Está en juego el derecho de cualquier ciudadano a disentir sin ser perseguido, a participar en política sin miedo a represalias, y a confiar en que las instituciones no responderán a los caprichos del partido en el poder.
Morena debería estar ocupada atendiendo la inseguridad, la pobreza y el abandono institucional que sufren millones de mexicanos. Pero no. Ha optado por atacar a quienes trabajan, a quienes exigen, a quienes no se arrodillan.
La justicia no debería tener colores. Y cuando los tiene, lo que se debilita no es solo una persona: se debilita la democracia entera.

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